De pequeñas, sobre todo a las mujeres que tenemos más de 35 años, nos enseñaban a quedarnos calladitas. Nos decían que las mujeres nos veíamos más bonitas así, en silencio, porque cuando abríamos la boca era para decir tonterías. Nos llenaron la cabeza y el alma de la idea misógina de que no era nuestra misión en este mundo el hablar ni debatir; de hecho nos convencían de que no podíamos "ni pensar".Ahora hay una generación diferente, afortunadamente. Pero aún así, precisamente por estos siglos de esta forma de "educación", hemos tenido que aprender a desarrollar la habilidad de hablar en público para evitar ser presas del pánico.
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